Yo no había estado en una obra antes Intruders. Y puedo decir que a medida que van pasando las funciones las voy disfrutando más. Lo que no puedo decir es que cada vez me ponga menos nerviosa. Ya desde la primera vez que entramos a ensayar a la sala, cuando ví esas 60 sillas vacías mirándome con sus tapizados rojos como caras humanas, desde ahí ya supe que no iba a ser fácil para mí.
A Melanie le pasa lo opuesto. Ella es la que tiene problemas con estar en la platea. Por eso puedo entender que cuando está en el escenario se relaje. Es muy fuerte que, previo a las funciones, de nosotras dos la que esté nerviosa sea yo. Es así que, ya me dí cuenta, cuando en la escena algo no fluye, es porque yo me estoy metiendo a opinar y tratar de dirigir o controlar la situación (porque en el fondo tengo tanto miedo!) Ella por el contrario, sabe lo que tiene que hacer y es un placer y un aprendizaje para mí verla hacerlo.
Entonces, cierro los ojos antes de poner un pie en el escenario, le agarro fuerte la mano y entro en esa rueda gigante que viene girando a mil por hora. Donde la mano de Melanie me guía y me rescata tanto como la de las otras personas que están girando adentro de ese mundo. Mis compañeros, los compañeros de ella.
Cuando entro al escenario de Intruders siento que estoy acompañando a Melanie en su mundo, con sus pares, con su gente. Ella me enseña a soltarme a mí y a cada cosa que se me cruce por la cabeza. En voz alta, sin pensar en las consecuencias, sin criticar ni juzgar. Sin miedo a la impresión que pueda dejar en los demás. Y también me invita a entrar en la rueda gigante que cada Sábado me muestra la adrenalina de no poder cortar y empezar de nuevo. Me me recuerda la fragilidad del foco de nuestra concentración. De que se puede perder de un segundo al otro y de cómo el ejercicio está en recuperarlo, cada vez y seguir rodando.
Y cuando termina, cuando nos damos la mano para el saludo final, vuelvo, pero no sola. Pienso que yo también la llevo a pasear por mí día, entre los personajes que pueblan mi mundo . Estos personajes con los que nos hemos... bueno, insultado nunca, pero sí puesto caras de culo. Nos hemos reído juntos, otras veces discutido y pensado por dentro: ayyyy no te banco! También nos hemos mirado a los ojos y sostenido nuestra postura en una discusión. Nos abrazamos un montón de veces. Largo y tendido. Nos escuchamos al teléfono o al bar. Nos dimos confianza antes de entrar a escena. Este grupo de personajes que está conmigo afuera del escenario, es tan rico y variado como el que está con Melanie adentro.
A esta colección de aparatos que conforma Intruders no es solamente su "bilingüidad" ni su "internacionalidad" lo que la hace heterogénea y especial. Es ser una fauna, una manada donde a todos damos un lugar de protagonismo, incluso a las moscas. A mi me gusta pensar que ellas, las moscas, se paran a mirar la obra cuando se apaga la luz. Y estoy segura de que tienen un montón de cosas para decirnos cuando se vuelve a prender. Tan abierta es nuestra fauna, que las escuchamos.
I’d never been in a play before Intruders. I can safely say that as the shows go by, I'm enjoying them more and more. What I can't say is that I feel any less nervous. From the first rehearsal in the theater when I saw those 60 empty chairs looking at me with their red tapestry resembling human faces, I knew it wasn't going to be easy for me.
For my character Melanie it's totally the opposite. She has a hard time being in the audience and relaxes when she's on stage. It's strange that, of the two of us, I'm the one that's nervous. Now I know that when something isn't flowing in the scene it's because I’m sticking my nose in and trying to direct or control the situation (because deep down inside I'm terrified!). She, on the contrary, knows what she has to do, and it's a great pleasure and a huge learning experience for me to watch her do it.
Before I go on stage, I close my eyes, tightly grab Melanie’s hand and jump into the Ferris wheel that’s turning at 1,000 miles per hour. Melanie's hand guides and rescues me as much as the hands of the other people that are rolling inside that world; my partners, her partners. When I enter the set of Intruders I feel that I'm accompanying Melanie into her own world with her peers, her people. She teaches me to let go of myself and anything that's on my mind. Out loud, without thinking about the consequences, without criticizing or judging. Fearless of how I'll impress the others. Every Saturday, she invites me to enter the wheel that gives me adrenalin in the knowledge that it’s impossible to cut and start over and reminds me of the fragility of our attention focus; how you can lose it in a second and how the challenge is to bring it back, each time, and keep on rolling.
And when it's over, when we grab each other's hand for the final bow, I come back. But I'm not alone. I keep Melanie with me, among the other characters that inhabit my world. These characters with which we have...well, not actually insulted each other, but certainly put on a bad face and argued and thought to ourselves, “arrrggggghh I can't stand you!”. We’ve also laughed together and hugged each other many times. We’ve listened to each other on the phone or at the bar and given each other confidence before going on stage. This group of characters that is with me offstage is as rich and diverse as the one that is with Melanie onstage.
In this collection of rare inventions that makes up Intruders, it's not only the "bilingualism" or "internationalism" that makes it so heterogeneous and special. It's being a fauna, a herd, where everyone plays a key role, including the flies. I like to think that they, the flies, stop watching the play when the lights go off and I'm sure that they have a lot to say to us once the lights come on again. And our fauna is so open that we cannot help but listen to them.
No comments:
Post a Comment